
En la exposición Una retrospectiva de Alfredo Alcain. (Fotografía: Jonás Bel)
No solo reinterpreta el bodegón o el paisaje en clave impresionista, cubista, pop, geométrica o minimal, sino que los declina desde un modo de hacer propio, que depura hasta convertirlos en geometrías naturales, sin impostar nada. Alcain llega al arte abstracto por sí mismo, como una evolución natural de su grafía reinterpreta una y otra vez -de ahí sus homenajes de Giorgio Morandi en el primer piso de la sala-. Su insistencia durante décadas diluye el motivo pictórico hasta convertirlo en redes o tramas sobre el lienzo.
Esta exposición llega tarde, pero a tiempo. La discreta trayectoria de este pintor castizo -a pesar de haber recibido el Premio Nacional de Artes Plásticas (2003) y el Premio Tomás Francisco Prieto (2020) ha contribuido a que pase injustamente desapercibido. Su maravilloso uso del color, radiante-, su ironía escondida entre lo doméstico y su aproximación a la historia de España desde lo biográfico han forjado un estilo inequívoco. Así lo ilustran Autorretrato despiezado, 1975-2016, o el icónico Autorretrato en el curso del tiempo, 2014, en el que compartimenta objetos y fotografías de sí mismo, pintando su fecha de nacimiento como si fuera la de su muerte (Don AlfredoAlcain Partearroyo falleció en Madrid el día 24 de agosto de 1936. D. E.P.
Como lo describió brillantemente el famoso crítico Simón Marchán Fiz en 1966, Alcain es "un detective de realidades residuales", también un mago de las pequeñas cosas. Sus pinturas de negocios antiguos -peluquerías, lecherías o mercerías -nos transportan a esa España de las tiendas de barrio, done los escaparates amateurs reflejaban un orden sencillo, de calcetines y bragas , de saldo y esquina, por los que el artista pasea como un flâneur (Escaparate azul de los jerseys y los calcetines,1974).
También en la fascinante pieza El escaparate de lanas, 1968, donde el color y la geometría del orden de, precisamente eso, un escaparate de lanas se convierte en un exquisito alarde de geometría y lirismo.
A sus 89 años, Alcain entra en Alcalá 31 con solvencia irrefutable. El comisario Mariano Navarro, con el montaje de Andrés Mengs, hace respirar a una estupenda selección de piezas que se abre con A la pintura, 1977, una pieza que sintetiza la tensión entre figuración y abstracción. A partir de este primer lienzo se arma un relato cuyo centro de gravedad curatorial está en la serie Cézanne petit-point (1979-1983), situada al comienzo del recorrido. La anécdota de este conjunto es significativa: Acain no copió un Cézanne, sino un cañamazo de petit-point comprado en la mercería Pontejos que reproducía un bodegón del maestro (Frutero, mantel, copa, manzanas, 1879-1880). Convierte en pintura una versión doméstica de Cézanne. En esa traducción emerge una clave para toda su obra: la alta cultura filtrada por la economía de lo común. No es un homenaje servil al canon sino una reeducación del modernismo desde la puerta de la mercería... De Cézanne a Giacometti, Morandi, Vermeer y Klee, Alcain conversa con la historia de la pintura desde una voz radicalmente personal. No se lo pierdan.
María Marco. El Cultural, 26, 9, 2025.
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