
Muestra de la colección para Dior e Jonathan Anderson.
(Launchmetrics)
En los últimos nueve años, la diseñadora Maria Chiuri quiso que esa gran maquinaria del buen gusto tuviera un lugar para las prendas básicas, cotidianas, y para el mensaje feminista. Las ventas de la enseña , pero estos tiempos raros que exigen un cambio en las dinámicas del sector para que este siga creciendo, demandaban una visión más creativa (en el sentido tradicional del término) que la suya. La apuesta del grupo LVMH fue Jonathan Anderson, el gran talento de esta generación, el que supo hacer de Loewe una marca innovadora y deseable a nivel global. Ayer debutó donde Dior muestra siempre presenta sus colecciones femeninas, el Jardín de las Tullerías, peo con un escenario mucho más reducido al habitual. Recortar asientos y filas es la forma de crear todavía más expectación ante uno de los debuts más importantes de la temporada.
Hay algo que distingue al diseñador norirlandés del resto de grandes creativos de su tiempo. Mientras Demna (Gucci) o Michele (Valentino) tienen una visión única del diseño y la llevan allí donde van. Anderson es capaz de adaptarse a la marca en que trabaja. Él es una especie de gran comisario cultural con un enorme talento para mezclar referencias dispares y crear con ellas algo nuevo.
Por eso, en un ejercicio de honestidad , Anderson comenzaba su desfile repasando los hitos de los creadores que le precedieron en la casa. Ha estado prácticamente un año rebuscando en el archivo y haciéndolo suyo, y al final se decantó por los cuellos de encaje del breve paso de Yves Saint-Laurent por la casa, por tocados y piezas que emulan la papiroflexia de una de las colecciones de Galliano, por versiones escultóricas del New Look de la era Raf Simons y hasta por el toque realista y callejero de Maria Grazia , que él traslada a minifaldas y camisas en denim.
Todos estos elementos, entre otros, han pasado por su peculiar filtro, esa mirada que ya tenía el Loewe y que consistía en redimensionar procesos de confección como drapeados, dobladillos o cancanes de faldas, o en borrar las barreras entre el objeto y el accesorio, de ahí, por ejemplo, esos zapatos-flor que homenajean a una casa que tiene las flores como uno de sus símbolos...
Leticia García. París. El País, jueves, 2 de octubre de 2025.
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