jueves, 30 de octubre de 2025

El prisionero de La Santé

Entrada de Sarkozy en la prisión de La Santé. EFE

Iba Nicolas Sarkozy camino de la prisión de La Santé y los medios repetían que era el primer jefe de Estado francés que pisaba la cárcel; lo cual es rigurosamente cierto si excluimos a Luis Napoleón Bonaparte, a Albert Lebrun, a Philippe Pétain, a Léon Blum, a Juan II el Bueno, a Louis XVI, a Carlos X, a Francisco I ... Una de las leyes del periodismo es que nadie ha hecho nunca nada por primera vez, Sobre todo en este caso, porque, aunque dicho así no suene bien, la Francia moderna es un país de orígenes carcelarios cuya fiesta nacional conmemora el asalto  a una prisión (se creía que en la Bastilla languidecían  cientos de presos políticos y luego resultó que allí solo había cuatro falsificadores y dos locos).

El expresidente caído en desgracia hacía el paseo infame acompañado por un grupo de incondicionales que le aclamaban. Iba del brazo de su esposa, la bella Carla Bruni, pero en lo que yo pensaba era si el político llevaría aquellos zapatos con alzas que se mandó hacer en Calzados Losal de Monforte de Lemos (Lugo). Es por lo que reconozco que yo también soy un poco incondicional de Sarkozy (si es posible ser un un poco incondicional): porque en su caso la grandeur era en parte gallega, al menos unos centímetros. Y aún soy más incondicional ahora, al saber que lleva consigo como lectura un ejemplar  de El conde de Montecristo, que es una de mis novelas favoritas. Mía y de tantos millones de personas, porque esa historia de caída, regreso y venganza ha fascinado a generaciones de lectores. Al escritor De Amicis su madre le puso el nombre de Edmondo por el protagonista de la novela. Era la preferida de las torcedoras cubanas  mientras trabajaban las hojas de tabaco y el "lector de galera" se la recitaba en alto (de ahí los célebres Montecristos). Tiene algo de especial. Quizá sea que se trata de una versión moderna y laica de la Resurrección, que a la vez satisface las fantasías de venganza poética que todos albergamos alguna vez.

A partir de sus lecturas quizá se puede deducir algo del estado de ánimo de los personajes famosos que han ido a prisión. Al entrar en la cárcel de Reading, Oscar Wilde pidió la Divina Comedia. Lo mismo leyó luego Osip Mandelstam en el Gulag. En Robben Islanda, Mandela  se puso con Las uvas de la ira de Steinbeck. Recientemente a la británica Nazanin Zaghari- Ratcliffe le dieron el 1984 de Orwell en la mazmorra iraní a la que la arrojaron por supuesta espía. En la soledad cautiva compiten sueños y pesadillas, por eso en las cárceles se ha leído mucho y se ha escrito también mucho: cosas grandiosas (parte del Quijote, quizá, en la cárcel de Sevilla) y cosas horribles (Mein Kampf, en la de Landsberg). 

El propio Edmundo Dantés, el protagonista de El conde de Montecristo, leía ávidamente en el castillo de If mientras soñaba  con su libertad y su venganza. Y es tentador imaginar a Nicolas Sarkozy en su catre, pasando las páginas a la luz de una linterna, fantaseando con que también él se encuentra  con un viejo  preso que le releva el secreto de un tesoro, como le ocurre a Dantés. Imaginaría que al salir de prisión también el recupera el tesoro, cambia de nombre, incluso de partido político y se presenta de nuevo en París para ir destruyendo metódicamente, uno a uno, a todos los responsables de su desgracia. Confortado por esta ensoñación, Sarkozy dejaría el volumen abierto sobre el pecho y, como Dantés en la novela exclamaría: "He sido el instrumento del cielo para recompensar a los buenos, ahora el Dios de la Venganza me cede su poder para castigar a los malvados".

Miguel-Anxo Murado. La Voz de Galicia, domingo 25 de octubre de 2025.

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