sábado, 25 de octubre de 2025

Símbolos del apogeo de un imperio muy difíciles de vender

Las joyas sustraídas del Louvre. EFE

Las piezas robadas el domingo en el insólito atraco al Museo del Louvre tienen un valor económico colosal si se tienen en cuenta las miles de piedras preciosas que las componen. Pero su valor es sobre todo intangible, pues son joyas únicas  que cuentan la historia de Francia  y evocan su época de máximo esplendor.

En la galería de Apolo de la pinacoteca, la que asaltó el comando de cuatro hombres después de conseguir  acceder a la sala por el balcón gracias a una escalera extensible de las que se usan en las mudanzas, se exponen un total de 23 piezas de antes de la Revolución Francesa, así como del Primer y Segundo Imperio. Los cuatro asaltantes seguían ayer en paradero desconocido y de las piezas robadas tampoco había ni rastro. Solo se pudo recuperar una, la que los asaltantes perdieron en la huida. Es la corona de diamantes de Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III.

Las ocho piezas que si lograron llevarse los ladrones son joyas del siglo XIX con miles de diamantes o zafiros  engarzados con técnicas  de gran complejidad que ilustran el savoir faire de los artesanos de la época. Es muy difícil que puedan venderse en el mercado negro, porque están identificadas y serían localizadas fácilmente, así que la única manera de hacerlo es desmontándolas para tratar de comercializar por separado  los diamantes o las perlas, tallar las piedras preciosas de nuevo o fundir los metales. De ser así, ya no quedaría ningún rastro de su procedencia pero perdería todo su valor patrimonial e histórico. La carrera contra reloj para encontrarlas antes de que se destruyan ya ha comenzado.

Los expertos advierten, sin embargo, de que el proceso de desmontaje no es fácil, podría llevar varios meses de trabajo y requiere de más cómplices. "Los ladrones han subestimado  quizá esta labor, que es muy compleja", explicaba Alexandre Giquello, comisario en la casa de subastas Drouot, a la cadena francesa BFM.

Entre las piezas sustraídas está la diadema que lucieron las cabezas de Hortensia, madre de Napoleón III, y posteriormente María Amelia, última reina de Francia. Hortensia era hija de Josefina, primera esposa de Napoleón Bonaparte, y llegó a ser reina de los Países Bajos, mientras que María Amelia de Borbón -Dos Sicilias fue esposa del rey Luis Felipe (1830-1848). La tiara se elaboró entre 1800 y 1825 y tiene 84 zafiros y 1.083 diamantes.

Los ladrones también se llevaron el collar y los pendientes de zafiro que llevaron estas dos reinas. Se trata de piezas con zafiros, diamantes y oro de Sri Lanka. Las adquirió el rey Felipe cuando aún era el duque de Orléans, para Hortensia de Beauharnais. Las dos lucen estas joyas desaparecidas en muchos retratos de la época. Es el caso de la reina María Amelia  en el que hizo el pintor Louis Hersent en 1836. Se desconoce quién encargó originariamente las piezas  y quién fue el joyero que las diseñó. El collar tiene ocho zafiros, rodeados de 631 diamantes engastados en oro. En 1985 fue adquirido  por el Gobierno francés a la casa de Orléans.

El collar y los pendientes de esmeraldas de la emperatriz María Luisa, también robados, son dos piezas que tienen en conjunto 38 esmeraldas y 1146 diamantes. Se los regaló Napoleón Bonaparte a su segunda esposa, María Luisa de Austria, tras separarse de Josefina. Tras la muerte de María Luisa en 1821, las piezas  acabaron en Italia. Los pendientes tienen seis esmeraldas y más de 100 diamantes y se engarzaron en 1821, las piezas acabaron en Italia. El conjunto original incluía también una diadema. El Estado francés recuperó el collar y los pendientes en 2004. 

Además de las piezas citadas, los asaltantes consiguieron  apropiarse  de otras joyas que lució Eugenia de Montijo , esposa de Napoleón III y la última emperatriz de Francia antes de la caída del Segundo Imperio en 1870. Es el caso del broche relicario. Datado en 1855, es obra de Alfred Bapst, joyero real, y tiene 18 diamentes en forma de corazón . El otro broche desaparecido es un gran lazo de corpiño con una cascada  de diamantes rosas engastados en plata y bañados en oro.

La diadema de la emperatriz Eugenia de Montijo también forma parte del botín. Es una joya que Napoleón III regaló a su prometida el mismo día de la boda, en 1853. Cuenta con 212 perlas  y 2000 diamantes y es obra de Alexandre-Gabriel Lemonnier, joyero del emperador.

La única obra recuperada después de que los cuatro atracadores la perdieran en su huida en dos potentes motocicletas es la corona que también perteneció a Eugenia. Se compone de 1.354 diamantes y 56 esmeraldas. En 1988, fue subastada y adquirida  por el mecenas Roberto Polo, quien la donó al Museo del Louvre.

Tras caerse durante la huida de los asaltantes, se están evaluando los daños que ha podido sufrir. El robo perpetrado por los cuatro encapuchados, en siete minutos, con una radial y una escalera de mudanzas, es una metáfora de la Francia actual, esa que, en plena crisis política y económica, ha perdido su esplendor.

R. V. El País, martes 21 de octubre de 2025.

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