Para esta primera retrospectiva, organizada por la empresa Arthemisia, el museo ha realizado préstamos extraordinarios de obras como el Retrato de su hijo Michel Monet con gorro de pompón (1880), El tren en la nieve. La locomotora (1875), Londres. El Parlamento. Reflejos en el Támesis (1905), Les roses (1925-1926), más de veinte cuadros de gran formato de sus cautivadores Nenúfares (1917-1920). "Así mismo se incluyen dos objetos muy importantes: su paleta y sus famosas gafas", señala Sylvie Carlier, comisaria general de la muestra y conservadora del Musée Marmottan Monet, que añade "aunque parezcan banales, son objetos emblemáticos y reveladores. El primero de su legendaria gama de colores, y las gafas son las que tenía que utilizar cuando la operaron de la doble catarata. Son el símbolo de los grandes problemas que van a dar lugar a sus obras abstractas finales, de una viveza excepcional".
Las 60 pinturas de la muestra recorren todas las etapas de Monet a partir de un ángulo único: su círculo más íntimo, artístico y familiar. De ahí que el Monet coleccionista que adquirió obras de artistas que fueron su fuente de inspiración esté presente a través de su colección personal de Delacroix, Rodin, Johan Jongkind o Eugène Boudin, estos dos últimos sus mentores y quienes le iniciaron en la práctica de pintar al aire libre.
"Monet estuvo renovándose toda su vida y la pintura era la razón de su existencia", explica Carlier. Aunque tuvo una formación clásica, desde el principio quiso romper las normas, rechazando las convenciones europeas que regían la composición, el color y la perspectiva, para descubrir un estilo en el que más que plasmar la realidad nos ofrece "impresiones", trabajando la luz de una forma sutil, la reverberación del agua o su reflejo en el cielo.
La exposición, que ha tardado dos años en prepararse, está dividida en seis secciones que trazan la evolución del pintor, del impresionismo a la abstracción, y contemplan, a través de sus famosas series en distintas ciudades, variaciones sobre un mismo tema de la naturaleza, siempre cambiante, a distintas horas y estaciones. "Le encantaba leer, recibir, comer y viajar. Fue un habitual del recién creado ferrocarril y tenía su propio coche, algo excepcional en la época. Sus frecuentes viajes se concentraban en explorar lugares para pintar. Cada viaje se plasmaba en una nueva serie: los paisajes del río Sena en Argenteuil, que pintaba en un bote que había comprado, las puestas de sol en Normandía, la naturaleza aún salvaje de Holanda, los de la Riviera (1883 y1884), Bretaña (1886), la catedral de Rouen (1892), Londres y el Parlamento (de 1870 a 1905) y Noruega (1895), con sus paisajes nevados... Así, hasta sus grandes lienzos impresionistas de nenúfares y vistas de su jardín en Giverny para desembocar, desencantado del Impresionismo en la abstracción final, que tanto influyó en la pintura moderna...
Cristina Carrillo de Albornoz. El Cultural, 15-9-2023.
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