martes, 19 de septiembre de 2023

Los dibujos de Dora Maar en Ménerbes

"Querido Picasso, Si se reuniera en un libro a todos los perros que han existido en un solo hombre, un solo dueño, qué fuerza tendría ese gran amor, la bondad, la resignación  de cada uno de esos perros por su dueño. Lo amo y así es como quiero amarlo (...)".

Esta frase publicada en mi libro Dora Maar. Más allá de Picasso (Circe Ediciones, 2013), fue suscrita por la fotógrafa y pintora al inicio de su relación con la artista malagueña. La frase es sobrecogedora por lo que indica no solo de amor fou, sino de sumisión y masoquismo. Y, en efecto, la relación que los unió fue sadomasoquista, en la que Picasso actuó como un maltratador psicológico y ella como la víctima. Peo, al igual que sucede en en la vida real, el maltratador era seductor, inteligentísimo, simpático y hasta ocasionalmente colaborador intelectual. Y ella no era cualquier tontaina ni cualquier ingenua, sino una mujer hecha y derecha, con gran carácter y una vida propia de fotógrafa ya reconocida. Su admiración incondicional por él se plasmó también en los dibujos que ella realizó durante su relación con él.

Y para verlos viajé el pasado 8 de agosto a Ménerbes, a la Casa de Dora Maar. Este imponente caserón de tres plantas, con 18 ventanas de porticones pintados de verde oscuro y una entrada de piedra tallada, fue un regalo que Picasso le hizo a Dora Maar en 1945, un regalo en cierto modo "envenenado" porque él ya llevaba dos años frecuentando a Françoise Gilot.

Yo había visitado la casa por primera vez en 2001, que entretanto había sido comprada por la filántropa norteamericana Nancy Negley. Todo rezumaba entonces una desoladora dejadez: casi vacía, con algunos muebles desvencijados y con la mobilette de la fotógrafa llena de polvo. Negley, recientemente fallecida, había guardado lavados y planchados los vestidos de Dora Maar que allí quedaban desde uno de Marcel Rochas hasta su bata de pintora, que fueron regalados a los muesos de Marsella. Hoy en día la casa es una magnífica residencia para escritores y artistas , decorada con excelente gusto y con la mobilette reluciente cuya imagen está impresa en los productos merchandising que el lugar exhibe y vende. 

Y allí se exponen los Dibujos de atelier, que han sido prestados por unos coleccionistas y se muestran por primera vez públicamente. Algunos pertenecen al periodo de su convivencia con Picasso y otros son posteriores. Dora Maar había aprendido a pintar en la Academie Lhote y, tras su etapa como fotógrafa, hacia 1937 retomó la pintura que ya no abandonaría. "¿La obligó Picasso a pintar?", me pregunatan una y otra vez. "No", respondo, ella estaba un poco cansada de la fotografía y al convivir con el mejor pintor del siglo decidió retomar la pintura. "¿Qué le decía Picasso?", le pregunté directamente en 1994 cuando la entrevisté. "Me decía: "Hay que continuar". o sea, que le daba ánimos, algo natural en un artista que contempla a una colega.

Un buen número de estos dibujos  está directamente influido por su mentor, con estudios de rostros cubistizantes, como tallados en madera, geometrizados, construidos con cuadrados, rombos, esferas o conos. En una hoja puede llegar a haber 40 variaciones, prueba del carácter obsesivo de Dora y de su afán por experimentar, como el de Picasso...

Victoria Combalía. El País, domingo 27 de agosto de 2023.

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