Pascal Quignard |
1994 fue el año de la ruptura para Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948). Abandonó París y su cargo como secretario general de la editorial Gallimard, amén de la dirección del Festival de ópera de Versalles. Quignard escapó de la ciudad para abrazar "la soledad radical". Estaba cansado de convivir con las servidumbres que para el individuo implica conjugar ese verbo. Como su admirado Montaigne, renegó de la corte para cultivar, en su château, la escritura con su espíritu libre e independiente.
Desde esa gran renuncia, su obra poliforme y polifónica, refinada y culturalista, eclosionó. Hoy atesora ya más de setentena de títulos como Todas las mañanas del mundo (1991), adaptada al acine por Alain Corneau. Madrugador pertinaz y enamorado del alba, Quignard es sin duda uno de los grandes santones de las letras galas, aunque el prefiera ser identificado como un cartujo desprendido que todavía toca el piano (el violín ya no puede por la artrosis) y aguza el oído para deleitarse con el canto de los pájaros. Escuchándoles conjura las turbulencias psíquicas (en su dura infancia se cruzaron la anorexia y el autismo) y regocija el corazón. Ahora, con su última novela bajo el brazo, El amor, el mar (Galaxia Gutenberg) llega a España para recoger el Premio Formentor.
P.- En El amor, el mar se adentra en la Guerra de los Treinta Años, que casi desangra a Europa. ¿Qué deberíamos tener presente hoy de aquel horror?
R.- Que hay más futuro en el tiempo que en la Historia. Que hay más futuro en la vida y en la naturaleza que en la guerra incesante. Que haciendo la guerra a la guerra no detendremos la guerra.
P.- "Armonía" procede de un vocablo griego utilizado en carpintería para referir el encaje de dos piezas que se repelían . ¿Qué puede aportar la música a la convivencia pacífica?
R.- Nada, Al contrario de lo que leemos y de lo que oímos decir en todas partes, las maravillas de la música culta no son en absoluto universales. Son más elaboradas y más intraducibles que los propios lenguajes humanos.
P.- En Rutes recordaba algo que decía Messiaen: que los pájaros eran "los más grandes músicos del planeta".
R,- Se trata de un misterio nocturno que no pertenece solo a los pájaros. La audición en el vientre de nuestras madres precede la visión y la respiración. El ruiseñor espera el momento más oscuro de la noche para lanzar su poderoso y extraordinario canto. Los ornitólogos dicen que es la densidad del silencio lo que lo causa. La música rompería el silencio excesivo, del mismo modo que los sueños romperían el dormir, que de otro modo semejaría a la muerte...
P.- ¿En qué medida la música supera a la literatura como medio de expresión?
R.- Es infinitamente superior en el plano emocional. Hablo de la verdadera música. La música sin programa. Toca al corazón sin mediación. La música para Mozart, Schubert, Albéniz, Fauré... Hablo de la música escrita, como la literatura. Pero para el pensamiento la música no es nada. El pensamiento es lenguaje, significado.
P.- Fue algo así como un monaguillo. Dice que entonces descubrió que no había nada más bello que las lamentaciones barrocas.
R.- No exactamente pero sí. Pertenezco a un linaje de organistas. Yo mismo empecé a ejercer como tal a finales de los años 60, en un pequeño pueblo a orillas del Loira. Lo que me fascinó fue la misa, un espectáculo total: la muerte de Dios y la sucesión de diferentes emociones que la música acompaña. La extraña danza de ponerse en pie, sentarse, arrodillarse, juntar las manos, bajar los párpados, el cortejo avanzando hacia la valla del coro, el silencio, la boca abierta para devorar al sacrificado... Todo puntado por las miradas y los gestos que se intercambian el cura y el organista, que improvisa a partir de sus gestos....
Alberto Ojeda. El Cultural, 22-9-2023.
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