El Gobierno quiere aprovechar que estas zonas se han vuelto altamente estratégicas en los últimos años, tras la aprobación de la regla de la artificialización neta cero de los suelos, que prohíbe construir nuevas viviendas en tierras dedicadas al cultivo, para convertirlas en barrios habitables. Con sus servicios públicos y sus espacios verdes, eso sí, entre una nave industrial y otra. El Ejecutivo busca así dirigirse a la Francia periurbana, esa Francia de los chalecos amarillos y del declive social, con la crisis climática y la necesidad de reducir el uso del coche de telón de fondo.
La fealdad que impregna estos entornos, que dominan inmensos carteles publicitarios con sus falsas promesas de bienestar y abundancia, es innegable. Que son el reflejo de una obsoleta concepción de la modernidad también. Por eso querer mejorarlos solo puede ser bien acogido. Pero limitarse al aspecto estético y siniestro siempre que políticos o medios se refieren a estas zonas donde acuden y trabajan a diario centenares de personas es un error del que se desprende un fuerte aroma de desprecio social.
Mientras leía los artículos, no me podía quitar de la cabeza a los directores Benoît Delépine y Gustave Kervern -vean Le grand soir-, o la Premio Nobel Annie Ernaux, que han sabido devolver a esos sitios y a las vidas que allí transcurren, su espesor, su memoria, su trascendencia, más allá de los típicos clichés. Lo ha resumido muy bien un arquitecto: "La Francia fea soy yo. He festejado mis cumples en el Buffalo Grill y me he criado en la sección de cómics del Auchan". Y ha sido muy feliz. Su infancia, asegura, no tiene nada que envidiar a la de un niño criado en el centro de la ciudad. Sencillamente, ha sido enriquecida por otras cosas.
En Mira las luces, amor mío, Ernaux , fascinada desde la adolescencia por estos entornos, hace del máximo símbolo periurbano -el hipermercado- el asunto central de su libro desmontando el mito según el cual estos lugares nunca cuentan nada interesante, ni dejan huella en las personas. Para la escritora, frecuentarlos asiduamente resulta incluso indispensable para cualquier persona que aspire a conocer la realidad social francesa porque ningún otro "reúne en su seno a gente tan diferente, ya sea por la edad o el nivel económico". En esas zonas comerciales, en esa Francia periurbana que tan poco aparece en la literatura, nos dice Ernaux,"se moldean los pensamientos inconscientes", "las emociones", "los recuerdos". Tratarlas desde una perspectiva meramente estética, a la vez que se estigmatiza indirectamente a los que las frecuentan, es permanecer ciego ante las experiencias de una proporción significativa de la población por muchos millones que se inyecten. El desprecio no se cura con dinero.
Carla Mascia. El País, sábado 16 de septiembre de 2023.
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