Abre El valle de la esperanza con una gran panorámica de una carretera en medio del paisaje montañoso del Líbano por la que circula un coche que pronto sabremos de época. Cierra con el mismo coche, ahora en dirección contraria. Estamos en 1958, sabemos que es verano en una pequeña población alejada de Beirut y que es tiempo de vacaciones en una familia burguesa originaria de allí y con tres hijas. Son cristianos en convivencia pacífica con las restantes comunidades religiosas. Al pequeño hotel del pueblo llegan una señora francesa y su hijo doctor. El debutante Carlos Chahine coloca las balizas periféricas del relato para centrarse en aquellas tres mujeres, una de ellas casada y con un pequeño. Las relaciones entre ellas son mejorables, en parte por su diferente actitud ante el férreo patriarcado que interfiere con fuerza en su factor sentimental. La menor se a hurtadillas con un musulmán, la tercera está en subasta matrimonial contra su voluntad, como quizá lo estuvo la mayor, Layla. A modo de aderezo, la realidad política, las noticias preocupantes que llegan de la capital... En fin.
El núcleo de la trama gira en torno a la casada, cuyo estado representa al de sus congéneres, no diría libanesas, sino de todo el mundo árabe en tiempos en que relucir la emancipación femenina era tanto como una sentencia para el repudio como mínimo. Al haber trasladado la trama a aquellos años, el guion no podía asumir claves más extremas (el papel reivindicativo de la mujer ya es tema frecuente en el cine actual de la región) y Chahine, seguramente tomando como referentes experiencias de gentes de su entorno, opta por ilustrar los pequeños gestos que se hacían entonces para zafarse de la losa patriarcal. Finalmente, aquel coche de regreso emprende el camino a la libertad. Fue premio en el festival de El Cairo, y su reconocimiento encierra también un fuerte simbolismo.
M. A. Fernández. La Voz de Galicia, sábado 9 de septiembre de 2023.
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