martes, 24 de octubre de 2023

Constantin Brancusi y su beso en piedra

Una de las versiones del beso de Brancusi

Con ocasión de la capitalidad cultural europea de la bella ciudad de Timisoara, se celebra la magna retrospectiva del escultor vanguardista Constantin Brancusi (1876-1957) bajo un doble prisma: las fuentes de la cultura rumana en su obra y, al mismo tiempo, su sentido universal. La mitomanía desatada en torno a su figura pretende iniciar allí al público general en la senda del arte contemporáneo, mientras se reivindica la identidad europea de esta nación antes integrada en el Imperio austrohúngaro y que, tras la Segunda Guerra Mundial, terminaría bajo la dictadura de Ceausescu, derrocada en 1989 con los disturbios de Timisoara.

 La exposición, celebrada en el renovado Museo Nacional de Timisoara, ha contado con el respaldo del Centre Pompidou, receptor del legado de Brancusi, así como de otras importante colecciones públicas y privadas, entre las que destacan las aportaciones rumanas. Es una propuesta única bajo la curadoría de la rumana Doïra Lemny, que se ha ocupado con constante dedicación a su obra y al taller Brancusi en el Pompidou. Todos estos elementos explican la dramática (y demodé) escenografía del montaje hiperbólico, con una iluminación focalizada sobre la más cerrada oscuridad, que enfatiza la mágica genialidad del carismático escultor.

Tras visitar su rústica casa natal en Hobita, un pequeño pueblo al pie de los Cárpatos, aún se agranda más su leyenda. Sabido es que Brancusi fue de niño un pastor al que le gustaba tallar la madera y que desempeñó toda suerte de oficios para poder estudiar en las academias de arte de Craiova y Budapest. Fue después lavaplatos y camarero en sus primeros años en París, la capital artística a la que llegaría en 1904 y donde residiría hasta su muerte. Ahí amplió sus círculos de amistades, desde Apollinaire y los artistas de la Escuela de París hasta Marcel Duchamp, quien junto con Henri-Pierre Roché, sería su marchante en Estados Unidos. Sin embargo, Brancusi siempre mantuvo lazos con su país, al comienzo enviando obras a las exposiciones de jóvenes artistas y, en sucesivos viajes, en los que siempre pasaba por su pueblo, respondiendo a encargos y montando exposiciones, además de aprovechar para conocer países de la Europa central y mediterránea. Incluso representando a Rumania en la Bienal de Venecia en 1924 y viajó a Nueva York, tras su disconformidad al ver en fotos la disposición de sus piezas en pasadas exposiciones...

Para presentar un Brancusi total, la exposición reúne más de cien piezas, con abundante material fotográfico, cartas y otros documentos, aislando los hitos en su trayectoria. Al comienzo, un perfecto modelo anatómico o tamaño natural con la postura del Antínoo, realizado como trabajo final en Bucarest, condensa el afán perfeccionista del Brancusi estudiante, que inicialmente esculpirá bustos de estilo realista y pronto caerá bajo la influencia de Rodin. Pero no será hasta 1907 cuando, tras pasar solo cuatro meses en el taller del maestro francés, encontrará su propio camino...

Rocío De La Villa. El Cultural, 12-10-2023.

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