viernes, 3 de mayo de 2024

Chanel Nº5 y Moscú rojo, los perfumes del poder

Muchos sabrán que Marilyn Monroe, según declaró ella misma, solo se ponía para dormir unas gotitas de Chanel Nº5. Pero seguro que otros tantos ignoran que el perfume más famoso del siglo XX -símbolo del esplendor parisino de la edad dorada: hay quien al olerlo dice sentir frías burbujas de champán dentro de la nariz- tenía su origen en las heladas estepas rusas. Años antes de que en 1920 Coco Chanel, de un muestrario de varios perfumes, eligiera el número 5, un perfumero francés afincado en Rusia, Ernest Beaux, había tenido que huir de Moscú. El propio Beaux, el hombre que le había traído aquellas muestras a la diseñadora, contaría más tarde que aquel quinto aroma surgía del Bouquet Préféré de l'Impératrice, una fragancia que él mismo había creado en 1913 para conmemorar a Catalina II.

Al adaptarlo al gusto francés, dijo, había querido reproducir la experiencia olfativa de su huida en plena Guerra Civil Rusa. Para ello tuvo que crear artificialmente el olor del círculo polar ártico, por donde había pasado en la época en la que el sol sale a medianoche. Y lo logró añadiendo aldehídos como los que se encuentran en altas concentraciones en los paisajes nevados de la tundra. Este compuesto químico da al perfume "el severo olor a nieve y deshielo" que según cuenta Karl Schlögel (Allgäu, 1948) en El aroma de los imperios (Acantilado), conforma la base de Chanel Nº5. Luego Beaux, para ofrecérselo a la nariz francesa de Coco Chanel, le añadió una buena dosis de jazmín. El resultado, dice Schlögel, fue "un aroma opulento y dulzón, e inevitablemente caro".

En Cannes, ciudad donde Coco Chanel olió aquella muestra -Beaux tenía allí su laboratorio-, había nacido décadas antes Auguste Michel, el otro gran protagonista del libro de Schlögel. Con un olfato entrenado  de niño en los aromas de la Costa Azul, Michel, formado ya como perfumista, se había establecido en Rusia en los últimos años del imperio, atraído por lo que entonces era un inmenso mercado de cosmética y perfumes. Pero en 1917 llega la Revolución, Michel pierde el pasaporte y, a diferencia de Beaux, no puede salir de Rusia. No cuesta imaginar el resto: nacionalizan la fábrica donde trabaja y suspenden la producción. El perfume pasa a ser decadente y burgués, al punto de que, a la esposa de Mijaíl Bulgákov la denuncian en parte  por los "enormes" frascos  de perfume que tenía en su tocador, según cuenta Schlögel. 

Milagrosamente, Michel, especialista en aquella industria condenada, sobrevive. Y tras unos años oscuros, otra vez arrastrado por la Historia, pasa a engrosar la lista de las élites soviéticas y a protagonizar la industria del perfume en la URSS. Es sabido que en los años treinta, justo antes de la Gran Purga, Moscú se llenó de tiendas estatales de perfumería y cosmética. "¡La vida se ha vuelto mejor, la vida se ha vuelto más feliz, camaradas!", había proclamado Stalin. En esa época Michel recibe el encargo de su vida: el perfume Palacio de los Soviets, una fragancia que debía completar al que iba a ser el edificio más alto del mundo. Pero el proyecto del edificio fracasa y el perfume de Michel es rechazado; poco después, el rastro del perfumista se pierde. Estamos en 1937, apogeo del Gran Terror estalinista, Michel, especialista extranjero y miembro de una industria sospechosa, pudo haber sido  uno de de los cientos de miles de ejecutados en aquellos meses. Su historia, en todo caso, termina aquí. Y dos años después se presenta el que sería el perfume por antonomasia de la era soviética: Moscú Rojo, también creado -y he aquí la coincidencia nuclear del libro- a partir del perfume prerrevolucionario de Catalina II...

Alberto Gordo. El Cultural, 26-4-2024.

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